La salvación

Guías didácticas:

  1. Este tema podrá tratarse en dos sesiones.
  1. El objetivo de esta clase es ayudar a los buscadores de la verdad a obtener una perspectiva más amplia sobre la salvación y comenzar a poner su fe en Jesucristo nuestro Salvador. La salvación por gracia a través de la fe no debe separarse de los mandamientos del Señor y de la gracia salvadora del Señor en los sacramentos, sino que es parte integral de ellos.

Diapositivas de presentación:

▶️ Diapositivas sobre la salvación para usar en clase
 

¿Por qué necesito ser salvo?

Muchas veces, los problemas de la vida nos abruman y deseamos desesperadamente poder encontrar respuestas. Puedes estar ahogándote en la tristeza o luchando contra adicciones. Puedes estar consumiéndote con preocupaciones o sufriendo el dolor de una relación quebrantada. Puedes sentirte sin esperanza alguna debido a una enfermedad crónica o sentirte perdido porque no encuentras ningún propósito en tu vida. Muchas veces, la riqueza no puede resolver nuestros problemas. Nuestros amigos y seres queridos tampoco pueden ayudarnos. ¿Cómo podemos encontrar una salida?

La raíz de todos los problemas

Nuestra impotencia, desesperación y fracasos son simplemente síntomas de un problema espiritual mucho más profundo. Cuando Dios creó este mundo, hizo que todo fuera bueno y hermoso. Los seres humanos vivían en perfecta armonía con el Creador.
Pero el hombre arruinó su relación con Dios. Eligió desobedecer a Dios, desafiando la autoridad de Dios. A causa del pecado, el hombre ya no puede vivir en la presencia de Dios. Vive alejado de Dios. Debe trabajar y luchar en este mundo. Además, también perdió el privilegio de vivir para siempre. El pecado resultó en la muerte, porque la paga del pecado es la muerte.
Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. (Romanos 5:12)
La muerte se ha convertido en el destino de todo ser humano. No importa cuánto vivamos, todos tenemos que enfrentar la muerte un día. Este hecho innegable es la evidencia de que la humanidad ha pecado contra Dios y vive alejada de Dios.
A causa del pecado, este mundo también está lleno de maldad. La humanidad no sólo se ha rebelado contra Dios, sino que también ha cometido grandes injusticias contra nuestros semejantes. Hay guerras constantes, violencia, odio, codicia y egoísmo. La Biblia nos dice que estamos muertos en nuestros pecados. Hemos cedido a nuestros deseos y vivimos en la desobediencia. Estamos condenados ante Dios y estamos bajo la ira de Dios. Después de que nuestro cuerpo muere, también tenemos que enfrentar el juicio de Dios. El fin es el rechazo eterno de Dios en el infierno. La Biblia llama a esta muerte final “la segunda muerte”.
Ésta es la terrible condición espiritual en que toda la humanidad se encuentra. Es la raíz de la desesperanza y de nuestro vacío interno. Incluso si sentimos que nuestras vidas van muy bien y somos felices, en realidad somos pobres y miserables espiritualmente y no tenemos ninguna esperanza más allá de la tumba.

Todos pecaron

Quizás digas: “Bueno, no soy un pecador. He sido una buena persona toda mi vida. Estoy muy seguro de que Dios me va a aceptar”. Pero ser una buena persona no es suficiente. Medimos nuestra bondad según nuestro propio estándar. Pensamos que mientras respetemos las leyes y seamos amables con los demás, no se nos debería llamar pecadores. En realidad, no es necesario ser un criminal para ser un pecador. De hecho, la mayoría de los pecadores son probablemente ciudadanos que obedecen las leyes. El pecado no se define por nuestros estándares personales ni por las normas de la sociedad, sino por el estándar perfecto de Dios:
Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios. (Romanos 3:23)
Un pecador es alguien que está destituido de la gloria de Dios. Dios creó a los seres humanos a su imagen y semejanza. Fuimos destinados a mostrar las cualidades de Dios que son el amor, la justicia y la sabiduría. Pero al desobedecer a Dios, estamos destituidos de la gloria de Dios. Cuando elegimos hacer lo que deseamos en lugar de lo que desea Dios, nos convertimos en enemigos de Dios.
Aunque podemos ser buenas personas la mayoría del tiempo, aún así no es suficiente.
Porque cualquiera que guardare la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos. Porque el que dijo: “No cometerás adulterio, también ha dicho: “No matarás”. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley. (Santiago 2:10-11)
Si alguna vez has hecho o dicho algo para hacerle daño a otra persona; si alguna vez has dicho una mentira; si alguna vez has mirado a una mujer con lujuria; si alguna vez has odiado a alguien; entonces eres un transgresor de la ley y un pecador ante Dios.
Como nos muestra la Biblia, todos somos pecadores bajo el estándar de Dios y todos estamos destituidos de la gloria de Dios. Hemos sido apartados de la vida de Dios. Por eso, fallamos miserablemente en cumplir con los requisitos de Dios. Esto es cierto para toda la raza humana:
“No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, No hay ni siquiera uno”. (Romanos 3:11-12)
La Biblia dice que ante la ley de Dios, nadie es perfectamente justo. Todos son pecadores. De modo que el pecado es un problema universal y ha plagado a la raza humana desde el principio de la historia.

La esclavitud del pecado

Lo que empeora las cosas es que estamos dentro del círculo vicioso del pecado. Nos hemos convertido en esclavos del pecado. Jesús dijo al pueblo:
“De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado”. (Juan 8:34)
Parece que somos incapaces de liberarnos del pecado. Incluso cuando queremos hacer el bien en lugar del mal, no podemos evitarlo. En la Biblia, Pablo describe esta lucha interna y fracaso perpetuo:
Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? (Romanos 7:21-24)
Podemos identificarnos con lo que Pablo dice aquí porque todos hemos pasado por lo mismo. ¿Cuántas veces nos arrepentimos de nuestras palabras y acciones? ¿Cuántas veces hemos jurado que dejaríamos nuestros malos hábitos, que dejaríamos de hacerles daño a los demás, pero regresamos a lo mismo?
Porque sabemos que la ley es espíritu; mas yo soy carnal, vendido al pecado. (Romanos 7:14)
La Biblia nos enseña que hemos sido vendidos al pecado. Cuando el hombre se alejó de la presencia de Dios, su relación con Dios fue quebrantada. El hombre lleva consigo el cuerpo de la muerte que está destinado al juicio. Se somete a sus deseos y se deja llevar por la voluntad del maligno, que domina el mundo entero. La raza humana está bajo el dominio de la oscuridad. Esto explica nuestra incapacidad para separarnos de nuestros pensamientos y estilos de vida pecaminosos.
Como podemos ver, todos necesitamos ser liberados. No podemos volver a Dios con pura determinación. Todos necesitamos ser salvos.

La importancia de la salvación

Jesús nos enseña el valor de nuestras almas.
Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará al hombre por su alma? (Mateo 16:26)
No se puede comparar toda la riqueza del mundo con el valor de nuestras almas. Nada es tan importante como la salvación del alma. Si ganamos todo el mundo pero perdemos nuestras almas y somos condenados al castigo eterno, entonces, todo lo que hemos ganado no tendrá significado alguno. La mayor pérdida es la pérdida del alma.
La buena noticia es que está disponible la salvación. Si estás tratando de superar los desafíos de la vida o buscando escapar de la terrible muerte eterna que nos espera, podrás encontrar la respuesta en la Biblia, que es la palabra de Dios.

¿Quién puede salvarme?

El pecado nos ha separado de Dios, y el pecado lleva a la muerte. Pero antes de que el hombre pecara y fuera sentenciado a muerte, Dios ya había preparado un plan de salvación.

El precio del pecado

Podemos preguntarnos: “¿Por qué Dios no puede simplemente perdonar a los pecadores y dejar que vivan?” Primero, debemos entender la gravedad de desobedecer a Dios. Dios, que es el Creador y el Soberano, ha establecido el orden en su creación. Cuando desobedecemos a Dios, violamos el orden establecido y cometemos un crimen contra el Creador.
Si Dios ignorara cada vez que el hombre violara su ley, no sería el Dios justo que es. No desearíamos que quedaran impunes asesinos en masa como Hitler o Stalin. Sin embargo, esperamos que Dios nos perdone cuando violamos sus leyes morales. Queremos que los demás sean llevados ante la justicia, pero que nosotros recibamos el perdón. Eso es tener un doble estándar, algo que un Dios justo no puede aceptar. Cuando el hombre peca contra Dios, la consecuencia es la muerte porque al elegir el rechazo a Dios, nos separamos de la vida de Dios. Ésa es la consecuencia mortal del pecado.
Pero Dios no sólo es justo, sino que también es amoroso y misericordioso. No se deleita en la muerte de un pecador. Él quiere restaurar la relación quebrantada con sus hijos. Para hacerlo sin comprometer su justicia, pagó el precio más alto del amor. Él eligió tomar nuestro lugar y soportar el castigo por nuestros pecados.

Dios se hizo carne

Un deudor no puede pagar la deuda de otra persona porque él mismo está en deuda. De la misma manera, ningún otro ser humano puede salvarnos porque todos han pecado. Incluso la persona más piadosa no es más que un pecador. Sólo Dios puede ser nuestro Salvador. Para poder pagar la deuda de nuestros pecados, sufrió las consecuencias del pecado muriendo por nosotros. Por esta razón, Él mismo vino a este mundo y se hizo hombre.
Este hombre, que es Dios encarnado, es Jesús. El nombre Jesús significa "el Señor salva". Dios mismo vino a este mundo en la forma de un ser humano para salvarnos de nuestros pecados. Jesús, estando en la carne, fue llamado Hijo de Dios. Como hijo, vivió en perfecta obediencia al Padre celestial.
Por lo cual, entrando en el mundo dice: “Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste cuerpo. Holocausto y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ‘He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, Como en el rollo del libro está escrito de mí’”. (Hebreos 10:5-7)

El sacrificio perfecto

Mientras que la humanidad desobedeció a Dios, Jesús obedeció completamente la voluntad de Dios. Aunque fue humano y también fue tentado como nosotros, no cometió pecado alguno. Al final, obedeció a Dios hasta el punto de ir a la cruz para morir por los pecados de la humanidad.
Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos. (Hebreos 2:9)
Jesús fue como un cordero sin defecto. Él entregó su vida como el sacrificio perfecto para expiar nuestros pecados. La obediencia de Jesús hasta la muerte revirtió la desobediencia de la humanidad.
Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia. (Romanos 5:17)
Debido a que Jesús nunca pecó, pudo pagar el precio de nuestros pecados. El Justo murió en lugar de los pecadores. Como resultado, aquellos que lo aceptan pueden ser absueltos ante Dios.
Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él. (2 Corintios 5:21)
Llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados. (1 Pedro 2:24)
A cambio de la muerte de Jesús, los creyentes de Jesús reciben el don de la vida.
Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro. (Romanos 6:23)

El Salvador resucitado

A través de la cruz, Jesús venció al diablo y al poder de la muerte. La muerte no pudo retener a Jesús porque Él es el Señor de la vida. Tres días después de su muerte, Jesús resucitó tal como lo había dicho.
Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu. (1 Pedro 3:18)
Jesús resucitó de la muerte y venció al pecado y a la muerte. Ascendió al cielo en gloria y regresará un día como el Juez. Por su muerte y resurrección, el camino hacia Dios vuelve a estar abierto. Nuestro Salvador resucitado nos ha traído una esperanza viva. Los que creemos en Él y somos bautizados en su nombre podemos recibir una nueva vida hoy y resucitaremos a la vida eterna en el futuro. Pablo escribe a los cristianos acerca de su futuro glorioso:
Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas. (Filipenses 3:20-21)
Cuando Cristo venga, este cuerpo corruptible que tenemos ahora será transformado en un cuerpo incorruptible. Nuestra muerte física no será más que un sueño temporal porque resucitaremos a la vida. Al igual que nuestro Señor Jesucristo, también venceremos a la muerte. Esta gloriosa esperanza de la vida eterna es para todos los que crean en Jesucristo.
Incluso en esta vida presente, nosotros que renacemos en Jesucristo podemos superar los desafíos de la vida. En Jesucristo tenemos una nueva vida y nos convertimos en una nueva persona.
De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. (2 Corintios 5:17)
Si confías en Jesús, Él te salvará y te hará nueva criatura. Como nueva criatura, puedes reparar tus relaciones quebrantadas, superar las adicciones, encontrar el propósito de la vida y afrontar las dificultades de la vida con valentía, paz y alegría. Él convertirá el odio en amor, la desesperación en esperanza y la oscuridad en luz.
Tal como lo proclamó el Señor Jesús, Él es la respuesta definitiva. Él es el pan y la fuente de agua viva que nos sacia. Él es la luz que brilla en nuestra oscuridad. Él es la vida que vence a la muerte. En Él podemos tener una vida en abundancia y una vida que nunca termina.
“Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. (Hechos 4:12)
Jesús es nuestro único Salvador, porque sólo Él ha pagado la deuda de nuestros pecados y sólo Él ha triunfado sobre la muerte.
Nada en esta vida es para siempre. Las cosas y las personas en las que confiamos no siempre podrán ayudarnos. Pero Jesús nunca nos fallará. Él vive y siempre está presente para ayudarnos. Cuando llegue la muerte y tengamos que afrontar nuestro destino final, Jesús y sólo Jesús puede recibirnos en su reino eterno.

Salvo por gracia

Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. (Efesios 2:8-9)
La Biblia nos enseña que nuestra salvación es por gracia mediante la fe. La “gracia” y la “fe” son dos términos importantes relacionados con la salvación.

La naturaleza de la gracia

La "gracia" por definición es "un favor" o "un don". Es lo opuesto a "la paga". Dios nos da la salvación gratuitamente. Jesucristo, el Hijo de Dios, ha pagado con su propia sangre la deuda de nuestros pecados. No es posible que ganemos la salvación con nuestras buenas obras, porque todos somos pecadores ante Dios.
Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús. (Romanos 3:23-24)
Cristo Jesús es el único camino para llegar a ser justos ante Dios. Ésta es la gracia de Dios que se nos ha dado como don. Es posible gracias a la redención de Cristo. Eso significa que Jesús pagó por nuestros pecados con su propia muerte. Ningún otro medio, incluyendo las obras caritativas, la piedad religiosa o la autodisciplina, puede conducirnos a Dios.

El lavamiento de la regeneración

Nuestro Señor Jesucristo ha pagado con su sangre el precio de la redención. Para que nuestros pecados sean perdonados, necesitamos la sangre de Cristo.
En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia. (Efesios 1:7)
¿Cómo se aplica a nosotros la sangre de Cristo? ¿Cuándo somos perdonados de nuestros pecados? La Biblia nos dice que somos justificados gratuitamente por la gracia de Dios mediante el lavamiento de la regeneración.
Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna. (Tito 3:4-7)
Dios nos salvó, no por nuestras buenas obras, sino por su misericordia. Esto se llama "gracia". Pero, ¿cómo se nos da la gracia de Dios? Este pasaje nos dice que Dios nos salva “por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo”.
Primero, el lavamiento de la regeneración nos justifica. Eso significa que cuando recibimos el lavamiento de la regeneración ya no somos pecadores ante Dios. En cambio, Dios nos considera limpios y justos. ¿A qué se refiere este lavamiento de la regeneración? Cuando buscamos la palabra “lavamiento” y las palabras bíblicas relacionadas a ésta, entendemos que se refiere al bautismo en Cristo, y que este lavamiento tiene como propósito la remisión de los pecados. Por ejemplo, a Saulo se le dijo que fuera bautizado:
“Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre”. (Hechos 22:16)
En ese momento, Pablo había sido llamado por el Señor Jesús. Pero aún era un pecador. Sus pecados debían ser lavados. De acuerdo a este versículo, la única manera de hacerlo era a través del bautismo. Por esta razón, después de la ascensión del Señor Jesús y del derramamiento del Espíritu Santo, los discípulos bautizaron a todos aquellos que aceptaron a Jesús. Pedro dijo a la multitud:
“Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo”. (Hechos 2:38)
Para que nuestros pecados sean perdonados, cada uno de nosotros debemos arrepentirnos y ser bautizados en el nombre de Jesucristo. En el bautismo, la sangre de Jesucristo nos lava y nos limpia de nuestros pecados. En la gran comisión a sus discípulos, el Señor Jesús dijo:
El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado. (Marcos 16:16)
El Señor promete la salvación a todos los que crean y sean bautizados. A través del bautismo, recibimos la gracia de la salvación porque en el bautismo nuestros pecados son perdonados. Esta es la gracia de Dios. Desafortunadamente, a menudo el bautismo ha sido malinterpretado como obra del hombre y rechazado como medio de la gracia salvadora de Dios. Pero la Biblia nos enseña que el poder salvador del bautismo se debe al don misericordioso de Dios a través de Jesucristo.

La renovación en el Espíritu Santo

Repasemos el pasaje que estudiamos anteriormente sobre la salvación de Dios:
Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna. (Tito 3:5-7)
Dios nos salva por medio del lavamiento de la regeneración y la renovación en el Espíritu Santo. Cuando somos lavados por la sangre de Cristo en el bautismo, somos regenerados con una vida nueva. Pero ese no es el final de la obra salvadora de Cristo en nosotros. Dios también derrama su Espíritu Santo sobre los que son bautizados en Cristo para que sean renovados.
Dios nos da su Espíritu Santo para ayudarnos a vivir como una nueva persona en Cristo. Pablo escribe acerca de esta transformación a través del Espíritu Santo en su carta a los romanos:
Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. (Romanos 8:1-2)
Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros. (Romanos 8:10-11)
Antes de venir a Cristo, estamos muertos en nuestros pecados. Vivimos de acuerdo a nuestros propios deseos y somos hijos de la desobediencia. Pero cuando creemos en el Señor Jesús y somos bautizados en Cristo, morimos al pecado y dejamos atrás nuestro estilo de vida anterior. A fin de poder llevar una vida nueva, Dios nos da su Espíritu Santo para que more en nosotros.
Al vivir según el Espíritu de Dios, somos libres de las garras del pecado y de la muerte. El cuerpo que solía entregarse a las concupiscencias pecaminosas recibe ahora una nueva vida para andar de acuerdo a la justicia de Dios. En lugar de vivir en la oscuridad, en la confusión y en la desesperación, podemos ahora vivir en la luz y en el amor de Dios. Este maravilloso don es la gracia salvadora de Dios a través de Cristo.
Como vimos anteriormente en el libro de Tito, Dios derrama abundantemente su Espíritu Santo en nosotros para que podamos llegar a ser herederos de Dios. Eso significa que nos convertimos en verdaderos hijos de Dios, portadores de la imagen de Dios y calificados para heredar la gloriosa vida eterna.
Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: “¡Abba, Padre!” El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. (Romanos 8:14-16)
Los creyentes de Cristo pueden tener el precioso don del Espíritu Santo en ellos. Ésto da testimonio de que son hijos de Dios. También les permite vivir como verdaderos hijos de Dios. ¡Qué don de salvación! Éste don también será tuyo si aceptas a Jesús como tu Señor y Salvador.

¿Qué debo hacer para ser salvo?

“¿Qué debo hacer para ser salvo?” Esta es la pregunta más importante que debemos hacernos en la vida. En el libro de Hechos, capítulo 16, encontramos la historia del carcelero que le hizo esta pregunta crucial a los apóstoles y recibió la respuesta.
Y sacándolos, les dijo: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” Ellos dijeron: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa”. (Hechos 16:30-31)
Este carcelero estaba a punto de suicidarse antes de que el apóstol Pablo lo detuviera. Él acababa de presenciar un gran milagro y su vida fue perdonada. Sabía que Pablo y Silas eran hombres piadosos, por eso quería que le dijeran cómo podía ser salvo.
Ellos dijeron: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa”. (Hechos 16:31)
Los apóstoles le dieron al carcelero una respuesta muy clara. Debía creer en el Señor Jesús. De esta manera, él y su casa serían salvos. Este es el mensaje del evangelio, las buenas nuevas de Jesucristo. Todo aquel que crea en el Hijo de Dios no perecerá, sino que tendrá vida eterna. Jesús es el único camino a Dios. No podemos obtener la salvación siendo una buena persona o haciendo obras caritativas. La fe, más bien que las obras, es el medio por el cual somos salvos.
¿Qué significa creer en Jesús, el Hijo de Dios?

Aceptar a Jesús como Señor

Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. (Efesios 2:8)
Somos salvos por gracia mediante la fe. "Gracia" significa "un don". La salvación es un don de Dios. “Fe”, por otro lado, significa “aceptar el don”.
Pero estas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre. (Juan 20:31)
Creer en Jesús es creer que Él es el Cristo, el Hijo de Dios. "Cristo" proviene de una palabra griega que significa "el ungido". Es un término bíblico reservado para el futuro Rey nombrado por Dios para salvar y gobernar a su propio pueblo. Creer en Jesús es creer que Él es nuestro Rey, nuestro Señor y Salvador. “Hijo de Dios” significa que Él es de Dios, que se ha encarnado para librarnos de nuestros pecados, que ha resucitado y que volverá en gloria. Cuando examinamos la evidencia de la Biblia, esperamos que te quedes convencido de que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios.
Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. (Romanos 10:9-10)
Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. (Romanos 10:13)
Recibimos nuestra salvación cuando confesamos con nuestra boca que Jesús es el Señor y creemos en nuestro corazón que Dios lo resucitó de la muerte. En otras palabras, si invocamos el nombre del Señor, seremos salvos.
Invocar el nombre del Señor no es simplemente una confesión única o un consentimiento mental. Con demasiada frecuencia, este pasaje ha sido mal interpretado en el sentido de que, para ser salvo, todo lo que se necesita es confesar una sola vez con la boca que Jesús es el Señor y aceptar mentalmente que Dios resucitó a Jesús de la muerte. De esta forma, uno es salvo instantáneamente. No se necesita hacer nada más. Esta es una grave distorsión de lo que significa creer en el Señor Jesús. También contradice lo que la Biblia enseña acerca de la fe.
La fe no sólo es una confesión verbal o un consentimiento mental, sino una aceptación total de Jesucristo y un compromiso hacia Él como nuestro Señor por el resto de nuestras vidas. La fe también implica arrepentimiento, que es dejar nuestros caminos pecaminosos y dirigirnos a Dios. Además, la fe incluye aceptar la gracia salvadora de Dios a través del bautismo en el nombre del Señor Jesucristo, aceptar el lavado de pies de Jesús para tener parte con Él, y aceptar la carne y la sangre de nuestro Señor Jesucristo para tener su vida.

Obedecer a Jesús como Señor

El Señor Jesús habló sobre el verdadero significado de creer en Él:
“Muchos me dirán en aquel día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: ‘Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad’’”. (Mateo 7:22-23)
En el día final, muchas personas serán rechazadas por el Señor Jesús. ¿Quiénes son estas personas que Jesús menciona en este pasaje? Son cristianos profesos. Llaman a Jesús “Señor, Señor”. Hasta han predicado en el nombre de Jesús y hecho milagros en su nombre. ¿No han confesado a Jesús con su boca y creído en Jesús desde su corazón? Ellos deben haber pensado que sí lo han hecho. Pero, ¿por qué no serán salvos?
“No todo el que me dice: ‘Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos’”. (Mateo 7:21)
La fe sin obediencia no es una fe verdadera. Creer en el Señor Jesús implica obedecer lo que Él dice. Creer en el Señor Jesús no es simplemente aceptar que Jesús murió por nosotros y resucitó. Significa aceptar totalmente a Jesús como nuestro Señor. Significa hacer lo que Él nos dice porque reconocemos que Él es nuestro Señor.
Por ejemplo, el Señor Jesús habló acerca de la importancia del bautismo y de la fe:
El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado. (Marcos 16:16)
El mismo Señor Jesús prometió que quien crea y sea bautizado, será salvo. También ordenó a los discípulos que bautizaran a los creyentes. Sin embargo, a muchas personas se les ha enseñado que el bautismo no es necesario para la salvación.
Por el contrario, vemos en la Biblia cómo los apóstoles bautizaban a los creyentes de acuerdo al mandato de Jesús y cómo los creyentes aceptaban el bautismo de acuerdo al mandato de Jesús. A través de la fe, morimos y resucitamos espiritualmente con Cristo cuando somos bautizados en Cristo. Como resultado, renacemos con una nueva vida en Cristo.
En la historia del carcelero, podemos ver cómo él realmente creyó en el Señor Jesús.
Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa. Y él, tomándolos en aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas; y en seguida se bautizó él con todos los suyos. Y llevándolos a su casa, les puso la mesa; y se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios. (Hechos 16:32-34)
Después de que los apóstoles le dijeron al carcelero que creyera en el Señor Jesús, le hablaron la palabra del Señor a él y a su familia. Entonces, el carcelero y su familia fueron bautizados inmediatamente. No dudaron en obedecer las palabras del evangelio y se bautizaron en seguida. Ellos creyeron y aceptaron al Señor Jesús al obedecer su palabra y al ser bautizados. Como resultado de su fe, él y toda su familia recibieron una vida nueva y alegre en Jesucristo. Sus pecados fueron lavados en la sangre de Cristo mediante el bautismo. Ahora podrían vivir con la esperanza de la eternidad con Dios.
La fe exige obediencia. El propósito del evangelio es la obediencia de la fe, para que las personas vuelvan de las tinieblas del pecado a la luz de Jesucristo. La conversión es un compromiso total y de por vida con Cristo.
Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. (Gálatas 2:20)
El amor de Jesucristo transformó al apóstol Pablo. Pablo dice que ya no es él quien vive, sino que Cristo vive en él. Esta nueva vida que vive, la vive por la fe en el Hijo de Dios. Ese es el significado de creer en Jesucristo. Si declaramos que conocemos a Jesucristo, pero no hacemos lo que Él dice, entonces Él aún no es nuestro Señor. Si decimos que somos cristianos, pero continuamos caminando en la oscuridad, entonces aún no hemos creído verdaderamente en el Señor Jesús.
Dios nos ofrece gratuitamente su gracia de salvación. Depende de nosotros el aceptar este don de la vida eterna. La forma de aceptarlo es creyendo que Jesús es nuestro Señor y Salvador. Eso significa arrepentirnos de nuestros pecados, renacer por medio de Cristo y llevar una vida nueva en obediencia a nuestro Señor Jesús hasta el día que regrese para recibirnos en su reino celestial.

Preguntas y respuestas frecuentes

  1. ¿No puedo simplemente ser una buena persona? ¿No es Dios demasiado estrecho de miras salvando sólo a los que creen en Él? [6.5-6.6]
  1. ¿Qué hay de los buenos gentiles que nunca han oído hablar de Cristo? [6.7]
  1. ¿Puedo creer en Dios pero no pertenecer a ninguna religión? [6.9]
  1. ¿No nos salvamos cuando confesamos y creemos en Cristo? [7.6-7.7]
  1. ¿Las buenas obras de un creyente indican que ya ha sido salvo? [7.8]
    1. Respuestas (Preguntas y respuestas, Capítulo 6: La religión y la salvación; Capítulo 7: Los sacramentos y la salvación)