Guías didácticas:
- Este tema podrá tratarse en dos sesiones.
- El objetivo de esta clase es ayudar a los buscadores de la verdad a conocer el Espíritu Santo prometido, la importancia de recibirlo y que la evidencia de recibir el Espíritu Santo es el hablar en lenguas.
Diapositivas de presentación:
▶️ Diapositivas sobre el Espíritu Santo para usar en clase
El Espíritu Santo prometido
“Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren”. (Juan 4:24)
Dios es Espíritu. Es invisible y omnipresente. El Espíritu de Dios también se llama el Espíritu Santo. Cuando la Biblia habla del Espíritu de Dios o del Espíritu Santo, a menudo se refiere a cómo Dios interactúa con los seres humanos de una manera palpable, sin restricciones físicas. De manera similar, adorar a Dios no es simplemente un comportamiento externo, sino una comunión espiritual entre nosotros y Dios.
Obras del Espíritu Santo
La Biblia registra muchas obras del Espíritu de Dios. A través de su Espíritu, Dios creó este mundo. El Espíritu de Dios ungió a sus siervos para misiones especiales y su Espíritu descendió sobre los profetas para que pudieran hablar en nombre de Dios.
Hace dos mil años, nuestro Señor Jesucristo fue concebido por obra del Espíritu Santo a través de la virgen María. El Espíritu Santo también vino sobre Jesús durante su bautismo para demostrar que Él era el Salvador y para llenarlo de gran poder. Todas estas fueron las diferentes obras del Espíritu Santo en el transcurso de la historia.
Dios derramaría su Espíritu
Dios, a través de sus profetas, predijo que llegaría una temporada en la que el Espíritu de Dios obraría de una manera muy especial.
Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida; mi Espíritu derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos; y brotarán entre hierba, como sauces junto a las riberas de las aguas. (Isaías 44:3-4)
A través del lenguaje metafórico, Dios prometió que derramaría su Espíritu sobre su pueblo escogido. Las metáforas de aguas y ríos sobre una tierra árida describen vívidamente cómo el Espíritu Santo de Dios reviviría espiritualmente al pueblo de Dios. Otras profecías de la Biblia también hablan de un tiempo futuro de restauración en el que Dios derramaría el Espíritu Santo sobre su pueblo.
Jesús ofrece el Espíritu prometido
Cuando Jesús estaba en el mundo, proclamó que cumpliría la promesa de Dios en el Antiguo Testament
En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, ‘de su interior correrán ríos de agua viva’”. (Juan 7:37-38)
Jesús ofreció una invitación a todos los que sufren de sed espiritual. Los que vienen a Él y creen en Él serán saciados para siempre de su sed espiritual. Jesús sería la fuente de los ríos de agua viva que saciarían nuestras almas. ¿Cómo cumpliría Jesús esta promesa?
Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado. (Juan 7:39)
Cuando ofreció la promesa del agua viva, el Señor Jesús se refería a algo en el futuro. El versículo 39 explica que Jesús estaba hablando del Espíritu que recibirían los que creyeran en Jesús. El Espíritu aún no había sido dado porque Jesús aún no había sido glorificado. En otras palabras, la promesa del derramamiento del Espíritu Santo se cumpliría sólo después de que Jesús resucitara y ascendiera al cielo.
A diferencia de la obra general del Espíritu Santo en el pasado, el Espíritu Santo prometido por Jesús morará dentro del creyente. Será como ríos de agua viva que brotarán del corazón. Esta maravillosa experiencia nunca había ocurrido en la historia, pero se haría realidad después de que Jesús fuera exaltado.
El Consolador que mora dentro de nosotros
Antes de que Jesús fuera crucificado para morir por nuestros pecados, repitió a los discípulos la venida del Espíritu Santo prometido.
Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. (Juan 14:16-17)
El Señor Jesús prometió a sus discípulos que el Padre celestial les daría otro Consolador, que estaría con ellos para siempre. Este Consolador es el Espíritu Santo, a quien Jesús llama “el Espíritu de verdad”. No sólo mora con los creyentes, sino que también estará en ellos. Las palabras de Jesús coinciden con la promesa de Dios a través del profeta Ezequiel:
Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra. (Ezequiel 36:27)
Dios prometió que pondría su Espíritu dentro de su pueblo. Este es el Espíritu Santo y el Consolador prometido al que se refería Jesús. El Espíritu Santo morará con los creyentes para ayudarlos en toda hora.
“No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis”. (Juan 14:18-19)
Jesús animó a los discípulos y les dijo que vendría a ellos. Dentro de poco, los discípulos lo verían de nuevo. ¿Qué quiso decir con eso? Basándonos en el contexto del pasaje, podemos entender que el Espíritu Santo es en realidad el Cristo resucitado. El Señor Jesús mismo vendría a los discípulos a través del Espíritu Santo después de resucitar y ser glorificado. Tener al Espíritu Santo morando con nosotros es tener al Señor Jesús morando con nosotros.
Después de su resurrección y antes de su ascensión al cielo, el Señor Jesús se les apareció a los discípulos y habló con ellos. Les recordó nuevamente acerca de la venida del Espíritu Santo.
Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días. (Hechos 1:4-5)
El Señor Jesús ordenó a sus discípulos que esperaran la promesa del Padre. Esta es la promesa que Dios le había dado a su pueblo hace mucho tiempo, que derramaría su Espíritu sobre ellos y pondría su Espíritu en ellos. Jesús les dijo a los discípulos que iban a ser bautizados con el Espíritu Santo dentro de pocos días. Ser bautizado con el Espíritu Santo significa estar inmerso en el Espíritu Santo. Esto significa ser llenos del Espíritu Santo al recibir el Espíritu Santo prometido.
El Espíritu Santo fue derramado
Cuando Jesús vino a este mundo, le dijo a la gente que cumpliría esta promesa al morar con los creyentes a través del Espíritu Santo.
Esperando la promesa
Después de su resurrección y antes de su ascensión, el Señor Jesús dijo a sus discípulos que serían bautizados con el Espíritu Santo dentro de pocos días. Les ordenó que esperaran la venida del Espíritu Santo en Jerusalén. Veamos cómo los discípulos esperaron la promesa:
Y entrados, subieron al aposento alto, donde moraban... Todos estos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos. (Hechos 1:13-14)
La manera en la que los discípulos esperaron el Espíritu Santo prometido fue dedicándose unánimes a la oración. La perseverancia en su oración demostró que confiaban plenamente en la promesa del Señor.
El primer derramamiento
Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen. (Hechos 2:1-4)
Apróximadamente unos diez días después de la ascensión de Jesús, el Espíritu Santo fue derramado sobre los discípulos. Primero, vino un estruendo del cielo como de un viento recio y llenó toda la casa donde estaban esperando la promesa del Señor. Después, se les aparecieron lenguas repartidas como de fuego. Estas lenguas se asentaron sobre cada uno de ellos. Cada uno tenía una lengua asentada sobre ello. Este detalle es importante y lo estudiaremos más adelante. En ese momento, Dios derramó su Espíritu Santo sobre los discípulos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo. Este evento no tenía precedentes.
Hablar en lenguas
Como podemos ver en el relato bíblico, la venida del Espíritu Santo fue una experiencia muy poderosa. Cuando el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos, ocurrió algo milagroso.
Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen. (Hechos 2:4)
Cuando los discípulos recibieron el Espíritu Santo, el Espíritu Santo les dio la capacidad de hablar en otras lenguas. Esta capacidad de hablar en otras lenguas está relacionada a las lenguas repartidas que aparecieron y asentaron en cada uno de ellos. Había algo muy especial en estas lenguas que hablaban.
Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. Y hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, “¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido? Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las regiones de África más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos, cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios”. (Hechos 2:5-11)
La Biblia nos dice que judíos piadosos de todas las naciones habían regresado a Jerusalén para celebrar la fiesta. Oyeron el gran estruendo del cielo y se reunieron donde estaban los discípulos. No podían creer lo que estaban viendo y escuchando. La Biblia dice que estaban “confusos”, “atónitos” y “maravillados”. ¿Por qué?
Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido? (Hechos 2:7-8)
Lo que veían no concordaba con lo que oían. Se dieron cuenta que los discípulos que hablaban en otras lenguas eran nativos de Galilea. Aún así, estos judíos piadosos los oían hablar en otros idiomas. No sólo eso, sino que cada uno de ellos oía que los discípulos hablaban la lengua del país de donde provenían. ¿Cómo podían estos discípulos, que ni siquiera conocían todos estos idiomas, hablar tantas lenguas extranjeras? ¿Cómo podían hablar tantos idiomas y al mismo tiempo? Este fue un gran milagro. Dios hizo que los judíos piadosos escucharan lo que se proclamaba en sus lenguas maternas. Diferentes personas escuchaban diferentes lenguas. Oyeron a los discípulos proclamar en sus propias lenguas las maravillas de Dios.
Y estaban todos atónitos y perplejos, diciéndose unos a otros: ¿Qué quiere decir esto? (Hechos 2:12)
Los judíos piadosos estaban completamente atónitos por este gran milagro. También estaban perplejos acerca del significado de este hecho milagroso.
Mas otros, burlándose, decían: “Están llenos de mosto”. (Hechos 2:13)
La Biblia nos dice que no todos se maravillaron. Algunos de los que se habían reunido para ver lo que había sucedido pensaron que los discípulos estaban ebrios. Al parecer, Dios no había abierto los oídos de estas personas para que pudieran entender lo que estaban diciendo los discípulos. A estas personas les parecía que los discípulos estaban hablando tonterías. Esto nos dice que a menos que Dios nos permita entender lo que se dice de una manera milagrosa, el hablar en lenguas no es algo comprensible. Los discípulos no hablaban un idioma terrenal ni ordinaria. Más bien, cuando las lenguas que aparecieron asentaron sobre cada uno de los discípulos, el Espíritu Santo permitió que sus lenguas pronunciaran cosas que sólo serían comprensibles a los que Dios les había abierto los oídos. Esta fue la señal extraordinaria que acompañó al primer derramamiento del Espíritu Santo.
La promesa cumplida
Pedro, el portavoz de todos los discípulos, se puso de pie junto con los otros apóstoles y explicó a la multitud el significado del milagroso fenómeno. Citó las Escrituras para demostrar que la venida del Espíritu Santo fue el cumplimiento de la promesa de Dios a través de los profetas. Luego, Pedro explicó que era Jesús, que había resucitado de la muerte y exaltado al cielo, quien cumplió esta promesa.
A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís. (Hechos 2:32-33)
Tal como lo había prometido, el Señor Jesús derramó el Espíritu Santo prometido sobre los discípulos una vez que había sido glorificado. El derramamiento del Espíritu Santo fue un evento que la gente pudo ver y oír claramente. La evidencia externa fue que a todos los que recibieron el Espíritu Santo se les dio la capacidad de hablar en otras lenguas. Esta misma experiencia se repetiría una y otra vez en el libro de los Hechos a medida que la gente iba aceptando el evangelio de Jesucristo.
Evidencia de haber recibido el Espíritu Santo (1)
En el último segmento, aprendimos en el capítulo dos de Hechos que el Espíritu Santo prometido fue derramado sobre los discípulos de Jesús. Después de que la multitud escuchó a Pedro predicar acerca de Jesucristo, se sintieron profundamente compungidos. Preguntaron a Pedro y a los apóstoles qué debían hacer.
Pedro les dijo: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare”. (Hechos 2:38-39)
El derramamiento del Espíritu Santo no fue un evento de una sola vez. Según Pedro, el don del Espíritu Santo se le dará a todo aquel que se arrepienta y sea bautizado en el nombre de Jesucristo. Pero, ¿en qué momento se recibe el don del Espíritu Santo? ¿Cómo es la experiencia de recibir el Espíritu Santo?
Distinto al momento de creer
A menudo se asume y se enseña que el momento en que uno acepta a Jesucristo en su corazón, ya ha recibido el Espíritu Santo. Pero si continuamos leyendo los relatos del libro de los Hechos, nos daremos cuenta de que esta idea es incorrecta.
Aconteció que entre tanto que Apolos estaba en Corinto, Pablo, después de recorrer las regiones superiores, vino a Éfeso, y hallando a ciertos discípulos, les dijo: “¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis?” Y ellos le dijeron: “Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo”. (Hechos 19:1-2)
Pablo se encontró con algunos discípulos en Éfeso. Estos discípulos eran creyentes del Señor Jesús. Pablo les preguntó directamente: “¿Recibieron el Espíritu Santo cuando creyeron?” Si una persona recibe el Espíritu Santo al momento de creer, ¿qué razón tendría Pablo para hacer esta pregunta? ¿No sabía Pablo que ya habían recibido el Espíritu Santo?
Estos discípulos admitieron francamente que no habían recibido el Espíritu Santo. De hecho, ni siquiera habían oído hablar del Espíritu Santo.
Entonces dijo: “¿En qué, pues, fuisteis bautizados?” Ellos dijeron: “En el bautismo de Juan”. Dijo Pablo: “Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo”. Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús. Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban. Eran por todos unos doce hombres. (Hechos 19:3-7)
Pablo no corrigió a estos discípulos ni les dijo que ya habían recibido el Espíritu Santo cuando creyeron. En cambio, se dio cuenta que tenían que ser bautizados en el nombre del Señor Jesús. Después de que estos discípulos fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús, Pablo les impuso las manos.
En ese momento, vino sobre ellos el Espíritu Santo. ¿Cómo supo Pablo o el autor de los Hechos que el Espíritu Santo había venido sobre ellos? Estos discípulos comenzaron a hablar en lenguas y a profetizar. La experiencia común que tuvieron ellos y los primeros discípulos en el día de Pentecostés fue hablar en otras lenguas. En esta historia vemos que una persona no recibe el Espíritu Santo de forma automática cuando cree en el Señor Jesús. Cuando uno recibe el Espíritu Santo, este viene acompañado por la capacidad para hablar en lenguas. También puede estar acompañado por el don de la profecía, como fue el caso en Éfeso.
Distinto al momento del bautismo
Otra historia en Hechos registra cómo la gente recibió el Espíritu Santo.
Entonces Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo. (Hechos 8:5)
Un predicador llamado Felipe llevó las buenas nuevas de Jesucristo a la ciudad de Samaria. Realizó grandes señales, expulsando demonios y sanando a los enfermos. Cuando la gente vio estos asombrosos milagros, prestó atención al mensaje que predicaba Felipe. En esa ciudad, había un hechicero llamado Simón, a quien todos admiraban por sus artes mágicas.
Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres. También creyó Simón mismo, y habiéndose bautizado, estaba siempre con Felipe; y viendo las señales y grandes milagros que se hacían, estaba atónito. (Hechos 8:12-13)
La gente de Samaria, incluyendo Simón el hechicero, creyeron y fueron bautizados. ¿Podemos asumir que ellos también habían recibido el Espíritu Santo?
Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo; porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús. (Hechos 8:14-16)
Aquí, la Biblia dice muy claramente que nadie en Samaria había recibido el Espíritu Santo, a pesar de que habían aceptado el evangelio e incluso habían sido bautizados. Si fuera cierto que una persona recibe el Espíritu Santo en el momento de creer o en el momento del bautismo, ¿por qué la Biblia nos dice que el Espíritu Santo aún no había descendido sobre ninguno de ellos? ¿Por qué los apóstoles de Jerusalén tuvieron que enviar a Pedro y a Juan a Samaria para que oraran por los samaritanos para que ellos recibiesen el Espíritu Santo?
¿Cómo llegaron a la conclusión, tanto el autor de los Hechos como los apóstoles, de que el Espíritu Santo aún no había descendido sobre ninguno de ellos? Algo debe haber faltado para que hayan llegado a esta conclusión. En otras palabras, no había ninguna señal de que el Espíritu Santo había sido derramado sobre los creyentes de Samaria.
Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo. (Hechos 8:17)
Los apóstoles, Pedro y Juan, bajaron a Samaria para orar por los creyentes de Samaria. Les impusieron las manos y los creyentes de Samaria recibieron el Espíritu Santo.
Una vez más podemos preguntarnos, ¿cómo supieron el autor y los apóstoles que los creyentes de Samaria recibieron el Espíritu Santo? Al parecer, recibir el Espíritu Santo no es una experiencia silenciosa e interna. Además, recibir el Espíritu Santo es un evento distinto a la creencia inicial de una persona en el Señor Jesucristo y distinto al momento del bautismo.
Una experiencia visible
Cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, (Hechos 8:18)
Simón, que solía ser un hechicero con gran poder, observó a los apóstoles imponer sus manos sobre los creyentes. Vio que el Espíritu Santo fue dado mediante la imposición de las manos de los apóstoles. Este pasaje no proporciona descripciones adicionales sobre lo que exactamente vio Simón. Pero al menos podemos concluir que la evidencia externa acompañó el recibimiento del Espíritu Santo. Por eso, los espectadores pudieron presenciar claramente el derramamiento del Espíritu Santo.
Los versículos que hemos visto hasta ahora confirman el hecho de que el derramamiento del Espíritu Santo puede ser visto y oído. Estos versículos coinciden con las palabras de Pedro en el día de Pentecostés:
Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís. (Hechos 2:33)
El derramamiento del Espíritu Santo puede ser visto y oído. Esta fue la experiencia en el primer derramamiento del Espíritu Santo, así como la de otros creyentes que recibieron el Espíritu Santo más tarde. Esta también es la misma experiencia que se puede presenciar hoy en La Verdadera Iglesia de Jesús.
Evidencia de haber recibido el Espíritu Santo (2)
Seguiremos examinando los relatos de personas que recibieron el Espíritu Santo. Estudiemos ahora la historia de Cornelio.
Había en Cesarea un hombre llamado Cornelio, centurión de la compañía llamada la Italiana, piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre. Este vio claramente en una visión, como a la hora novena del día, que un ángel de Dios entraba donde él estaba, y le decía: “Cornelio”. Él, mirándole fijamente, y atemorizado, dijo: “¿Qué es, Señor?” Y le dijo: “Tus oraciones y tus limosnas han subido para memoria delante de Dios. Envía, pues, ahora hombres a Jope, y haz venir a Simón, el que tiene por sobrenombre Pedro”. (Hechos 10:1-5)
Cornelio era un hombre devoto. Temía a Dios, daba generosas limosnas y oraba continuamente a Dios. A pesar de que era un gentil, es decir que no era judío, adoraba al único Dios verdadero. Su devoción a Dios fue recordada, por lo que Dios le envió un ángel y le dijo que invitara a Pedro a su casa.
La salvación por medio de Cristo
¿Por qué el ángel le dijo a Cornelio que enviara a traer a Pedro? La respuesta está en el siguiente capítulo de Hechos, cuando Pedro volvió a contar la historia.
“quien nos contó cómo había visto en su casa un ángel, que se puso en pie y le dijo: ‘Envía hombres a Jope, y haz venir a Simón, el que tiene por sobrenombre Pedro; él te hablará palabras por las cuales serás salvo tú, y toda tu casa’”. (Hechos 11:13-14)
El ángel le ordenó a Cornelio que invitara a Pedro para que éste pudiera predicarles a él y a su familia cómo podrían salvarse. A pesar de la piedad, la rectitud y las obras de amor de Cornelio, aún necesitaba la salvación. A medida que se desarrolla esta historia, vemos que el camino a la salvación es creer en el Señor Jesucristo y ser bautizado.
El don para los gentiles
Antes de encontrarse con Cornelio por primera vez, Pedro había recibido una revelación de Dios a través de una visión. En la mente de los judíos de aquellos días, los gentiles no tenían parte con el reino de Dios ya que pensaban que sólo los judíos eran el pueblo escogido. De hecho, los judíos no se asociaban con gente de otras razas. Pero Dios le mostró a Pedro a través de la visión que había escogido a Cornelio y a su familia.
Cuando Pedro se enteró de todo lo que le había sucedido a Cornelio, se dio cuenta de que Dios lo había enviado a predicar las buenas nuevas de Jesucristo a esta familia gentil. Así que Pedro empezó a hablarles acerca del ministerio de Jesús, la muerte y la resurrección de Jesús, y el perdón de los pecados a través del nombre de Jesús.
Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso. Y los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro se quedaron atónitos de que también sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu Santo. (Hechos 10:44-45)
Incluso antes de que Pedro hubiese terminado de compartir, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que estaban escuchando el mensaje. Los hermanos judíos que habían venido con Pedro quedaron asombrados al ver que el don del Espíritu Santo fue derramado también sobre los gentiles. Se quedaron atónitos porque nunca habían esperado que este don del Espíritu Santo que Dios había prometido dar a sus hijos fuera también dado a los gentiles. Pero, ¿cómo supieron que el don del Espíritu Santo fue derramado sobre los oyentes gentiles?
Porque los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios. (Hechos 10:46)
Pedro y los hermanos judíos se dieron cuenta de que Dios había derramado su Espíritu Santo sobre estos gentiles porque los oyeron hablar en lenguas y magnificar a Dios. Una vez más, vemos que la Biblia menciona el hablar en lenguas. Esta señal se vio en el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo fue derramado por primera vez. También ocurrió cuando los creyentes de Éfeso recibieron el Espíritu Santo.
“Como nosotros”
“¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros?” Y mandó bautizarles en el nombre del Señor Jesús. Entonces le rogaron que se quedase por algunos días. (Hechos 10:47-78)
Era demasiado obvio para Pedro y los creyentes judíos que Dios había escogido a Cornelio y a su familia. La señal era irrefutable. Estos gentiles hablaban en otras lenguas al igual que lo hicieron los primeros discípulos cuando el Espíritu Santo fue derramado por primera vez. Estos gentiles habían recibido el Espíritu Santo de la misma manera que había pasado con los discípulos en el día de Pentecostés. No había ninguna razón para que alguien prohibiera a estos nuevos creyentes a que fueran bautizados en el cuerpo de Cristo y recibieran el perdón de los pecados. Así que Pedro mandó que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo.
Cuando Pedro regresó a Jerusalén, un grupo de creyentes judíos criticó a Pedro por haber estado en contacto con los gentiles. Esto llevó a que Pedro contara todo lo que había sucedido. Así fue como Pedro describió la venida del Espíritu Santo:
“Y cuando comencé a hablar, cayó el Espíritu Santo sobre ellos también, como sobre nosotros al principio”. (Hechos 11:15)
Pedro supo que el Espíritu Santo cayó sobre los gentiles porque sucedió exactamente lo mismo que cuando el Espíritu Santo fue derramado sobre los apóstoles. Se refería a la forma en que los oyó hablar en lenguas. No podía haber confusión alguna de que los gentiles también habían recibido el Espíritu Santo.
De la misma manera, ¿cómo podemos saber hoy en día cuando alguien recibe el Espíritu Santo? Lo sabemos porque el Espíritu Santo es derramado hoy exactamente de la misma manera como fue derramado sobre los apóstoles. Es decir, a una persona que recibe el Espíritu Santo se le da la capacidad milagrosa para hablar en otras lenguas. Esta manifestación externa es la señal de que la persona ha recibido el Espíritu Santo. Esta fue también la señal que permitió a los discípulos de la iglesia primitiva saber que el Espíritu Santo había sido derramado sobre alguien.
El bautismo del Espíritu Santo
Al ver que el Espíritu Santo fue derramado incluso sobre los gentiles, Pedro se acordó de las palabras de nuestro Señor Jesús.
“Entonces me acordé de lo dicho por el Señor, cuando dijo: ‘Juan ciertamente bautizó en agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo’”. (Hechos 11:16)
El Señor Jesús había prometido a sus discípulos que iban a ser bautizados con el Espíritu Santo. Con esto quiso decir que recibirían el Espíritu Santo prometido. Como podemos ver en la historia de Cornelio, el bautismo del Espíritu Santo no ocurrió sólo una sola vez en la historia. Pedro confirmó que esto volvió a ocurrir cuando el Espíritu Santo cayó sobre Cornelio y su familia.
Hoy en día, en La Verdadera Iglesia de Jesús de todo el mundo, también podemos presenciar el bautismo del Espíritu Santo. Cuando una persona recibe el Espíritu Santo, se le da la capacidad de hablar en lenguas. Muchos creyentes de la iglesia han recibido el Espíritu Santo de esta manera. El don del Espíritu Santo es una promesa para los creyentes de Jesucristo, y recibir el Espíritu Santo es una experiencia muy real. Esto sucede hoy en día de la misma manera como sucedió hace dos mil años.
Cómo recibir el Espíritu Santo
Creer
La fe es la clave para recibir el Espíritu Santo que Dios ha prometido. Cuando nos referimos a la "fe", no nos basamos simplemente en la "creencia que lo vamos a recibir". La fe que describe la Biblia no es la posesión de una fuerza de voluntad, sino la fe en el Señor Jesucristo.
En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, ‘de su interior correrán ríos de agua viva’”. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado. (Hechos 7:37-39)
Cuando Jesús estaba en el mundo, prometió que aquellos que tuviesen sed podían venir a Él y beber. Tener sed significa sentir la necesidad por algo. En el siguiente versículo, el Señor explica que tener sed es creer en Él. Esto significa que deseamos que el Señor Jesús entre a nuestros corazones y a nuestras vidas, y que le confiemos nuestras vidas. Jesús prometió que los que crean en Él, de su interior correrán ríos de agua viva.
El versículo 39 explica que Jesús se refería al Espíritu Santo. Cualquiera que venga al Señor Jesús y ponga su confianza en el Señor Jesús recibirá el Espíritu Santo. El Espíritu Santo que mora en nosotros será como un flujo constante de ríos de agua viva dentro de nosotros. Esta es la promesa del Señor. Podemos beber del Espíritu Santo y sentirnos saciados y satisfechos espiritualmente.
En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, (Efesios 1:13)
Este versículo se utiliza a veces para demostrar que en el mismo momento que una persona cree, se le da el Espíritu Santo prometido. En realidad, para reflejar con mayor precisión el significado del texto original, la traducción al español debería ser “Y después de creer en Él, fueron marcados con el sello del Espíritu Santo prometido”. La promesa es para los que creen en el Señor Jesús. La fe en Jesús es un prerrequisito para recibir el Espíritu Santo prometido.
Convertirse en hijo de Dios
Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: “¡Abba, Padre!” (Gálatas 4:6)
Pablo les dice a los creyentes que el Espíritu Santo les es dado porque son hijos. ¿Cómo podemos llegar a ser hijos de Dios?
pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. (Gálatas 3:26-27)
Aquí vemos que una persona se convierte en hijo de Dios por la fe. Los siguientes versículos explican con más detalle cómo convertirnos en hijos de Dios. Cuando somos bautizados por la fe en Cristo, nos revestimos de Cristo, pertenecemos a Cristo y somos herederos de la promesa de Dios. En otras palabras, nos convertimos en hijos de Dios cuando somos bautizados en Cristo.
Pedro les dijo: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo”. (Hechos 2:38)
Cuando la multitud que fue testigo del derramamiento del Espíritu Santo se dio cuenta de que Jesús es el Señor, les preguntaron a los apóstoles: "¿Qué debemos hacer?" Pedro les respondió: “Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados”. Aceptar a Jesús como nuestro Señor significa alejarnos de nuestros pecados y ser bautizados en el nombre de Jesucristo para el perdón de nuestros pecados. La Biblia promete que si hacemos esto, recibiremos el don del Espíritu Santo. Como vimos en Gálatas, para convertirnos en hijos de Dios, tenemos que ser bautizados en Cristo. A través del bautismo, somos hijos de Dios, y el Señor Jesús nos dará su Espíritu Santo como sello para declarar que somos herederos de Dios.
“Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen”. (Hechos 5:32)
Dios da su Espíritu Santo a los que le obedecen. La verdadera fe se demuestra obedeciendo a Dios. Cuando la Biblia enseña que debemos arrepentirnos y ser bautizados en el nombre de Jesucristo, tenemos que someternos a esta instrucción y obedecer. Esta obediencia a Cristo es una parte integral de nuestra fe en Él.
Pedir
“Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lucas 11:13)
El Señor Jesús enseñó a sus discípulos a orar. En este pasaje, el Señor Jesús habla específicamente sobre la oración por el Espíritu Santo, que es el don más importante que nosotros, como creyentes, debemos pedirle a Dios.
Puede que a mucha gente le sorprenda que necesitemos orarle a Dios por el Espíritu Santo, porque un error común es que el Espíritu Santo se reciba automáticamente en el mismo momento que uno cree en Cristo. El Señor Jesús nos enseña que Dios concede el Espíritu Santo a los que lo piden. El acto de pedirle a Dios al que se refiere el Señor Jesús no es la oración rápida que los evangelistas de televisión piden que haga la gente.
Para ilustrar cómo pedir el Espíritu Santo, Jesús contó la historia de cómo un hombre le pidió a su amigo que le prestara un poco de pan. Este hombre tenía un invitado inesperado y no tenía nada que ofrecerle. A medianoche fue a ver a su amigo y le pidió que le prestara algo de pan. Pero el amigo se mostró muy reacio porque ya se había acostado con sus hijos.
Os digo, que aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo por su importunidad se levantará y le dará todo lo que necesite. (Lucas 11:8)
El hombre era tan persistente que llegó al punto de ser impertinente, o sea que no sentía vergüenza o modestia. Al final, su amigo se levantó de la cama para darle lo que necesitaba. Esta es la actitud que nuestro Señor Jesús quiere que tengamos al pedir el Espíritu Santo.
El Señor Jesús continuó enseñando:
“Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá”. (Lucas 11:9–10)
Si realmente creemos en la promesa del Señor Jesús de conceder el Espíritu Santo, entonces pediremos, buscaremos y llamaremos. Pedir requiere fe y sinceridad. Buscar toma tiempo. Llamar requiere esfuerzo. Diferentes personas reciben el Espíritu Santo en distintos momentos. Es Dios quien decide cuándo nos da su Espíritu Santo. Pero el Señor Jesús nos enseña a pedir, a buscar y a llamar hasta que Dios nos conceda ese don. Esto es lo que quiso decir cuando dijo que los sedientos pueden venir a Él y beber. Nuestra sed por el Espíritu Santo se demuestra con la persistencia con la que lo pedimos en nuestra oración.
No hay una fórmula única para orar por el Espíritu Santo. Puedes orar en silencio o en voz alta. Puedes orar con tus propias palabras y pedirle al Señor Jesús: “Por favor, dame el Espíritu Santo. Quiero creer en ti, quiero convertirme en tu hijo y quiero recibir tu Espíritu Santo”. O puedes también pedírselo en tu corazón, mientras lo alabas continuamente con la frase “¡Aleluya!”, que es una expresión de la Biblia que significa "¡Alabado sea el Señor!”
Nuestro Señor Jesús nos prometió que si sabemos darles buenas dádivas a nuestros hijos, ¡cuánto más nuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan! Nuestro Padre celestial nos ama tanto que seguramente dará su Espíritu Santo a sus hijos cuando le pidan este precioso don.
La obra del Espíritu Santo en el creyente
Él ayuda y guía
Nuestro Señor Jesús llamó al Espíritu Santo el “Consolador" o ayudante. Les dijo a los discípulos:
“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros”. (Juan 14:16-17)
La palabra "Consolador" era un término que se refería a un defensor legal. Dios nos da su Espíritu Santo para que more en nosotros y nos ayude para nuestro beneficio. Nuestro Señor Jesús continuó explicando cómo el Espíritu Santo es nuestro Consolador:
“Os he dicho estas cosas estando con vosotros. Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”. (Juan 14:25-26)
“Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber”. (Juan 16:12-14)
El Espíritu Santo es el Espíritu de verdad. Él nos guiará a toda la verdad. Nos ayuda a comprender y a recordar las palabras de nuestro Señor Jesús. Él obrará dentro de nosotros para que vivamos de acuerdo a la voluntad de Dios.
Él renueva y santifica
nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, (Tito 3:5-6)
De acuerdo a este pasaje, Dios salva a los creyentes por medio de dos cosas. Primero, los salva a través del lavamiento de la regeneración. Este lavamiento ocurre durante el bautismo. Una explicación detallada del bautismo está disponible en la serie de videos sobre el bautismo. Segundo, Dios salva a los creyentes a través de la renovación en el Espíritu Santo. Después de que nuestros pecados son lavados por la sangre de Jesús durante el bautismo, debemos vivir una vida nueva. No debemos volver a la vieja vida que teníamos antes de creer en el Señor Jesús. Dios nos da el Espíritu Santo para ayudarnos a vivir una vida nueva. Él nos enseña, nos guía y nos conmueve. Si nos sometemos a las obras del Espíritu Santo, nuestra vida espiritual puede ser fuerte y vibrante. No seremos arrastrados a una vida llena de pecado.
Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. (Romanos 8:1-2)
En Jesucristo, el creyente puede superar el control del pecado. Puede librarse del poder del pecado y de la muerte. El creyente es capaz de hacer esto porque el Espíritu Santo obra dentro de él.
Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, (2 Tesalonicenses 2:13)
La palabra “santificación” significa apartar o consagrar a alguien para que sea santo para Dios. Aquí vemos una vez más que la obra purificadora del Espíritu Santo en nuestras vidas es parte de la obra de salvación de Dios.
“Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra”. (Ezequiel 36:27)
Estas son las palabras del Señor a través del profeta Ezequiel acerca del Espíritu Santo prometido. Dios prometió que pondría su Espíritu dentro de su pueblo. El propósito es para que vivan de acuerdo a los mandamientos de Dios.
Pero muchas veces nuestros deseos carnales tienden a resistir la obra del Espíritu Santo. Por esta razón, la Biblia enseña a los creyentes que deben elegir obedecer al Espíritu en lugar de dejarse llevar por la carne.
Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros. Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. (Romanos 8:9-14)
Para que Cristo more verdaderamente en nosotros, debemos dejar que el Espíritu Santo reine en nuestras vidas. Cuando nuestros propios deseos son contrarios a la palabra de Dios, tenemos que pedirle al Espíritu Santo que nos ayude a decir no a nuestros deseos pecaminosos. Este es un proceso que dura toda la vida y es a través de esto que el Espíritu de Dios nos renueva y nos santifica. Mediante este proceso, nuestras vidas pueden estar verdaderamente libres del pecado y de la muerte. A través del Espíritu Santo, nuestra conducta y nuestra vida pueden reflejar nuestra identidad como hijos de Dios.
La Biblia describe la vida guiada por el Espíritu de la siguiente manera:
Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis. Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley. Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. (Gálatas 5:16-24)
Podemos ver que las obras de nuestros deseos carnales son perjudiciales para nosotros y para los demás. Es vivir en completa oscuridad, lejos de la luz de Dios. Si verdaderamente pertenecemos a Cristo Jesús, entonces debemos andar en el Espíritu. El Espíritu de Dios puede moldear nuestros corazones y guiar nuestras vidas para que podamos manifestar los hermosos caracteres de un hijo de Dios. Al someternos al Espíritu, podemos amar a Dios y amar a los demás a través de nuestras palabras y acciones.
Él intercede
Hemos aprendido que el Espíritu Santo nos permite llevar una vida nueva. En nuestras vidas, debemos tomar la decisión consciente de obedecer al Espíritu Santo. Muchas veces, nos sentimos demasiado débiles como para conocer y hacer la voluntad de Dios. Aun en nuestra debilidad, el Espíritu Santo nos puede ayudar.
Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos. (Romanos 8:26-27)
Debido a nuestra capacidad limitada, no sabemos cómo orar de la manera más eficaz. A menudo, nuestras palabras no llegan a expresar nuestras necesidades más profundas y tampoco se alinean con la voluntad que tiene Dios para nosotros. Pero el Espíritu Santo que mora en nosotros intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Él intercede por nosotros de acuerdo a la voluntad de Dios, haciendo que nuestras oraciones sean mucho más eficaces.
Porque el que habla en lenguas no habla a los hombres, sino a Dios; pues nadie le entiende, aunque por el Espíritu habla misterios… El que habla en lengua extraña, a sí mismo se edifica; pero el que profetiza, edifica a la iglesia. (1 Corintios 14:2, 4)
El Espíritu Santo nos permite hablar en lenguas para que nos edifiquemos en el Espíritu. Aunque no entendamos lo que se dice cuando hablamos en lenguas, el Espíritu Santo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. En el Espíritu, Él está hablando misterios. El resultado es que podemos comunicarnos con Dios de una manera mucho más profunda y que agrada a Dios.
Aun cuando nuestras circunstancias parecen abrumadoras y nuestras luchas son inútiles, el Espíritu Santo es nuestro defensor, Él intercede por nosotros.
¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. (Romanos 8:34)
De hecho, el Espíritu Santo es el Espíritu de Cristo resucitado. A pesar de nuestras debilidades, Él continúa intercediendo por nosotros. Con este maravilloso Consolador en nosotros, podremos triunfar frente a todas las cosas que amenazan nuestra relación con Dios.
Él da testimonio
El Espíritu Santo es concedido a los hijos de Dios que heredarán la vida eterna.
Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo. (Gálatas 4:6-7)
Dios envía el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones. El Espíritu Santo clama dentro de nosotros: “¡Abba, Padre!", reconociendo que Dios es nuestro Padre y que nosotros somos sus hijos y herederos.
Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. (Romanos 8:15-17)
Hemos visto en este capítulo que los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. En el bautismo, no sólo recibimos la identidad de hijos de Dios, sino también el Espíritu Santo que nos ayuda a vivir como verdaderos hijos de Dios. Por medio de su guía interna, el Espíritu Santo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Él confirma en nuestros corazones que somos herederos con Cristo.
A veces puede resultar difícil ceder a la guía del Espíritu Santo. Por esta razón, siendo hijos de Dios, debemos aprender a sufrir con Cristo. Del mismo modo que Jesús sufrió en este mundo para obedecer a su Padre, también debemos sufrir y someternos al Espíritu Santo en lugar de satisfacer nuestra carne.
Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu. (2 Corintios 5:4-5)
Nuestra existencia física es como un tabernáculo que envejece y se desgasta. Esperamos con ansias una morada permanente, que es la vida eterna con Dios. La Biblia nos dice que Dios nos ha dado su Espíritu como garantía de sus promesas. El Espíritu Santo que mora en nosotros nos asegura que nuestra esperanza de vida eterna es real. A través del Espíritu Santo, Dios también nos prepara para recibir la vida gloriosa en su reino celestial. Y lo hace transformándonos con su Espíritu para que podamos apartarnos de los deseos pecaminosos y crecer en su naturaleza divina.
Él da poder
Poco antes de que el Señor Jesús enviara su Espíritu Santo a los discípulos, les prometió lo siguiente:
“Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”. (Hechos 1:8)
Antes de que Jesús ascendiera al cielo, los discípulos estaban débiles y tímidos, hasta dudaron de si Jesús estaba vivo. Pero cuando el Espíritu Santo descendió sobre ellos, se convirtieron en poderosos testigos de la resurrección de Jesús. Con el poder del Espíritu Santo, proclamaron fielmente las buenas nuevas de Jesucristo desde Jerusalén hasta los confines de la tierra.
El libro de los Hechos registra las poderosas obras del Espíritu Santo y cómo los discípulos predicaron el evangelio. Ni siquiera las grandes persecuciones pudieron detener sus testimonios por Cristo.
“Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios”. (Hechos 4:31)
Esta es una de las ocasiones en la que el Espíritu Santo dio sabiduría y valentía a los discípulos para proclamar la palabra de Dios aun cuando había oposición. Al orar unánimemente, todos los creyentes de la iglesia fueron llenos del Espíritu Santo y continuaron dando testimonio. Esto fue de acuerdo a la promesa del Señor:
“Cuando os trajeren a las sinagogas, y ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis por cómo o qué habréis de responder, o qué habréis de decir; porque el Espíritu Santo os enseñará en la misma hora lo que debáis decir”. (Lucas 12:11-12)
El Señor Jesús preparó a los discípulos para la difícil tarea que tenían por delante. Les aseguró que no debían preocuparse cuando fueran llevados a las sinagogas ante los poderosos oponentes. El Espíritu Santo les enseñaría y les daría las respuestas correctas. La promesa de Jesús se cumplió una y otra vez en la historia.
Dios concede su Espíritu Santo a los creyentes para que éste sea su Consolador y su ayuda constante. En nuestro camino al cielo, no estamos solos. Nuestro Señor Jesús morará en nosotros a través del Espíritu Santo. Él nos guiará y nos enseñará. Él nos renovará y nos santificará. Él intercederá por nosotros y dará testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Él también nos dará fuerzas para testificar por el Señor.
Preguntas y respuestas frecuentes
- ¿Es necesario recibir el Espíritu Santo? [11.1]
- ¿Necesitan los creyentes pedir el Espíritu Santo? [11.2-11.5]
- ¿Es apropiado hablar en lenguas durante el servicio? [11.18]
- ¿Es bíblico enseñar a la gente a decir y repetir “aleluya” en la oración? [11.21]
Respuestas (Preguntas y respuestas, Capítulo 11: El Espíritu Santo)